La comarca mantiene hábitats de gran interés, ricos en flora y fauna
En la Comunidad de Madrid, como señala el catedrático de Análisis Geográfico, José Sancho Comíns, el concepto de espacio rural ha cambiado radicalmente. Ya no es aquel ámbito alejado de la ciudad, dedicado a la actividad agrícola, ganadera y forestal, poblado de pequeños y medianos asentamientos. Ya no es el contraste con la ciudad el elemento clave diferenciador del espacio rural, sino la existencia en él de una trama compleja constituida por los intereses e inquietudes de una población con características sumamente diversas. En la Comunidad de Madrid, la disociación entre campo y ciudad, característica de tiempos pasados, se ha visto sustituida por un claro fenómeno de expansión urbana que alcanza el corazón mismo del espacio rural.
El espacio rural: los prados y pastizales, el bosque, las superficies de roquedo y las tierras de cultivo, constituyen el soporte sustancial del paisaje de la Comunidad de Madrid. La importancia del espacio rural es decisiva en el contexto madrileño, al servir de marco y límite a las aglomeraciones urbanas; conformando el pulmón de donde proceden recursos y energía.
El proceso de expansión urbana ha multiplicado la presión sobre un entorno natural que conserva muy poco de la cubierta vegetal original. La mayoría de los bosques actuales han sido plantados y están gestionados por el hombre y, por tanto, biológicamente resultan menos diversos que los originarios. Sin embargo, nuestra comarca mantiene una serie de hábitats de gran interés, ricos en flora y fauna.
El bosque, mucho más escaso hoy, continúa siendo un refugio muy valiosos para la vida silvestre, albergando una gran diversidad de insectos, aves nidificantes y flora de sotobosque.
En la zona, los espacios acuáticos extensos, mayoritariamente formados por presas y embalses (Navacerrada, La Jarosa, Manzanares, etc.), al carecer de importantes humedales naturales próximos, han necesitado décadas para que las especies vegetales de agua dulce pudieran colonizar y terminar cubriendo muchos de sus márgenes con vegetación emergente, que hoy permite la presencia de aves acuáticas y, en general, de una rica biodiversidad.
Las Cuatro Estaciones
Las estaciones principales para el crecimiento y la actividad, como pone de manifiesto Paul Sterry en su guía sobre la flora y fauna en España, son el otoño y el invierno. El verano, más que el invierno, es un periodo de latencia para muchas especies. Por el contrario, el inicio de la primavera es el periodo de floración por excelencia, y para la llegada del calor del estío, muchas plantas ya han acabado de producir semillas y frutos.
Invierno
En la Sierra de Guadarrama los inviernos son suaves y relativamente húmedos, permitiendo que las plantas crezcan y formen una vegetación abundante. Los ríos, arroyos y otros espacios de agua dulce, tras el otoño, han renovado sus aguas. Durante los meses invernales la región acoge a las aves que migran desde el norte de Europa, escapando de los rigores del invierno (Zorzales, Tordos, etc.)
Primavera
En primavera la corriente de los ríos disminuye y antes del verano lo único que queda en su curso son charcas y pozas, más o menos profundas, donde proliferan las ranas reproductoras, cuyos renacuajos crecen asombrosamente. Esta explosión de renacuajos coincide, lamentablemente para las ranas, con la migración de las aves, y especies como las garzas, el Avetorillo y el Andarríos Bastardo, aprovechan el alimento disponible antes de reanudar su viaje. Los insectos, abundantes en los márgenes de las charcas y arroyos, son alimento de aves insectívoras como los papamoscas.
Aunque una considerable proporción de especies de aves son residentes, otras muchas son migrantes y sólo visitan la región para anidar, ó de paso, provenientes de África (donde pasan el invierno) camino de sus lugares de cría en el norte de Europa.
De marzo a principios de junio, una serie de flores aparecen en todos los hábitats de la región y están en su plenitud entre finales de abril y principios de mayo. El clima es templado y los días nublados y las lluvias son frecuentes. Cuanto más lluvia cae en una zona en primavera, más larga será la temporada de floración.
Verano
Los veranos son calurosos y secos. Desde finales de junio a finales de septiembre, el paisaje está seco y marrón, y gran parte de la vegetación marchita.
Las plantas de hoja perenne (perennifolias) sobreviven gracias a que han desarrollado sistemas para reducir la pérdida de agua por la transpiración de las hojas. Las especies herbáceas a menudo se secan a principios de julio y quedan latentes en tubérculos o bulbos subterráneos. Para las plantas anuales, el ciclo se completa a principios de verano, cuando ya han producido semillas, y sus tallos se secan y marchitan.
Debido al fuerte sol, los invertebrados activos en esta época del año son estrictamente nocturnos y, durante el día, se esconden bajo tierra u ocultándose entre las piedras.
La mayoría de las aves se alimentan al alba y al anochecer, y se refugian durante el resto del día. En esta época, el agua adquiere una importancia crucial para las aves y demás animales de la región, que visitan sedientos charcas y presas.
Otoño
Con el otoño y sus aires más frescos, hacia finales de septiembre y principios de octubre, llegan las primeras lluvias importantes. Unas semanas después del inicio de los aguaceros, surgen nuevas señales de vida: germinan las plantas anuales y, aquellas que sobrevivieron al verano bajo tierra, producen hojas y retoños; muchos arbustos y árboles ofrecen su cosecha de bayas y frutas, proporcionando alimento abundante a los animales de la región. En los árboles de hoja caduca (caducifolios), la caída de las hojas es precedida por un espectacular cambio de color. Al tiempo, coincidiendo con el inicio de la temporada de caza, las aves migradoras regresan de sus zonas de cría en el norte de Europa, en busca de un lugar para pasar el invierno.
