Todo lo que cultivaban eran cereales y leguminosas: centeno, algarroba, cebada, trigo y avena.
(Fotografía: Claudio Carbonell, 1927)
La agricultura junto con la ganadería era una de las principales fuentes de riqueza del pueblo. La tierra pertenecía a unas cuantas familias que eran las que las cultivaban y tenían ganado. La baja productividad no permitía la explotación de parcelas muy pequeñas y por otra parte una pequeña cantidad de tierra no daba para mantener unos bueyes y comprar los aperos necesarios.
El Ayuntamiento dejaba que la gente labrara libremente las tierras abiertas o "Quiñónez", y de esa forma se fue configurando la propiedad de la tierra que se trabajaba, pasando de padres a hijos, sin que hubiera ningún documento escrito. Hasta la segunda década del siglo XX, la propiedad era reconocida y respetada por tradición. Prácticamente todo lo que se cultivaba eran cereales y leguminosas, en el siguiente orden de abundancia: centeno, algarroba, cebada, trigo, avena y garbanzo.
En parte la cebada y la avena se utilizaban sin moler, como pienso para dar de comer a las gallinas y los caballos. Otra parte, junto con los granos: centeno y algarrobas, se molían en el molino de Becerril y a veces en el de Guadarrama, para la comida de vacas, ovejas y cerdos.
La fiesta del Cristo, el último domingo de septiembre, marcaba el final de los trabajos de recolección. Se puede decir que era la fiesta de la celebración de las cosechas guardadas y marcaba el fin del ciclo de siembra y recolección. La fiesta consistía en misa y procesión, dos días de toros en la plaza, y baile.
Los jornaleros, tanto pastores como mozos de labranza, se ajustaban, es decir, hacían el contrato con el amo, verbalmente, en San Pedro para un año completo, pero se empezaba a trabajar en septiembre. El tiempo intermedio estaban con su familia, con la que no volvían hasta el año siguiente por San Pedro. Hacia 1930 ganaban dos pesetas diarias. La mayor parte de ellos procedían de Avila y Segovia, y sólo unos pocos eran del pueblo.