Las hierbas de los prados son el resultado de una selección natural de plantas
adaptadas al pastoreo
Los árboles más frecuentes en la dehesa de Collado son los fresnos, al igual que en otros muchos lugares de la vertiente sur del Guadarrama. Suelen encontrarse en sitios con una cierta humedad en el suelo y presentan un aspecto característico con troncos podados en muñón.
Los robles, antaño más abundantes, son también frecuentes en las dehesas, que junto con la encina y algunos ejemplares aislados de alcornoques (frecuentes hace siglos) son sus elementos más importantes.
La encina puede verse a en las laderas rocosas del Cerro del Castillo presentando porte de "Chaparro", mientras que los fresnos y robles, al ser más exigentes en agua, los encontramos en los valles que se extienden al pie de este. Sin embargo cuando la encina crece en suelos buenos y profundos y ha sido podada regularmente, llega a desarrollar una copa de grandes proporciones que le da un porte majestuoso.
El pastoreo
La ganadería y el pastoreo han sido sin duda las actividades humanas más antiguas de nuestra sierra. Los bosques, abundantes en otras épocas, fueron desapareciendo, sustituyéndose por dehesas, prados o campos de cereal para alimento del ganado. A lo largo de los siglos, los pastos y los herbívoros (animales que comen hierba) se han adaptado mutuamente.
Las hierbas de los prados son el resultado de una selección natural de plantas adaptadas al pastoreo. Tienen los brotes y puntos de crecimiento en zonas bajas, donde no son afectadas por las dentelladas del ganado. El crecimiento de algunas de ellas es estimulado por el mordisqueo, lo que hace que unas especies sean favorecidas sobre otras, cuando el pastoreo es intensivo. Los buenos pastos, ricos en leguminosas, como los tréboles, o en gramíneas perennes, se estropean o embastecen por el abandono, cambiando los tipos de hierba a otras menos nutritivas y digestivas. En esos casos, los tréboles, que fijan nitrógeno y aportan calcio y proteínas a los animales, desaparecen pronto y en una etapa posterior aparece el matorral.
En el siglo XIX eran abundantes los rebaños de cabras y ovejas, de los que se obtenía carne, leche, pieles y lana. Todos eran estantes, es decir, pastoreaban el año entero dentro del término. En invierno dormían en el pajar y salían durante el día a los pastos comunes. Las hembras que daban leche o iban a parir, se dejaban durante medio día en alguna finca de hierba buena. Por la mañana y por la noche se ordeñaban. Las cabras pastaban sobre todo en las zonas de monte con chaparros y otras matas, de las que comían hojas y brotes. Cuando nevaba se les echaba pienso en el pajar y se les dejaba salir para que pudieran beber en la nieve.
En verano los rebaños pastaban por los rastrojos o fincas de labor donde ya se había recogido la mies. Dormían en el campo en una cerca provisional de teleras (vallas de madera portátiles), con el fin de abonar las tierras. La cerca o majada se trasladaba de unos campos a otros. Junto a ellas en un chozo hecho de paja de centeno dormía el pastor. El lobo era uno de los principales peligros de los rebaños. Mastines y pastores defendían a las ovejas de sus ataques, pero poco a poco, tras muchas batidas, fue disminuyendo su número hasta que a principios de siglo XX, en la Sierra del Guadarrama, se extinguió definitivamente.
El aumento de la vaca
Al comienzo del siglo XX había muy pocas vacas en Collado Mediano y casi todas se dedicaban al trabajo en la agricultura. Por la noche tanto las vacas lecheras como las de trabajo eran encerradas con las caballerías en la cuadra donde se les daba pienso. Mientras comían se ordeñaban las vacas lecheras.
Al correr del siglo fueron aumentando las vacas para producción de carne. Solían ser de tipo avileño y permanecían a la intemperie todo el tiempo. Fueron sustituyendo a las ovejas y cabras en el uso de los pastos particulares, mientras que éstas siguieron pastando en los comunes. Las vacas se metían en una finca y no se movían hasta agotar la hierba. Luego eran trasladadas a otras fincas en la dehesa comunal. Para la producción de leche, a partir del año 1918, se fueron introduciendo vacas de raza frisona traídas de Santander.
Las vacas y bueyes de labor trabajaban en parejas uncidas entre si por medio del ubio o yugo al cual se ataban los dos con las coyundas (tiras de cuero). La yunta de bueyes tiraba de la trilla, del arado o de la carreta según las necesidades del labrador.
A finales de la primavera las carretas subían el Puerto de Navacerrada a cargar nieve en ventisqueros, destinada a Madrid, donde se guardaba apisonada en pozos para enfriar bebidas y otros usos en verano. En la carreta se aplastaba la nieve entre capas de paja y se cubría con sacos y esteras para que no se derritiera en el camino, a lo largo de dos días de viaje.
La ganadería era la fuente de ingresos de la explotación agropecuaria, ya que todo el grano de la labranza se consumía en pienso para el ganado. El papel de la agricultura era complementario del de la ganadería. Sin embargo en la alimentación humana la principal fuente de carne eran los animales de corral: cerdos, conejos, y gallinas.
Posteriormente los ganaderos comenzaron a introducir otras razas: toros de lidia en 1962, pardo-alpino 1965, charolés 1969 y limousin en 1980. Cuando se trataba de las razas de la zona, el ganado se alimentaba de los pastos de las fincas y permanecían siempre a la intemperie. El uso de la dehesa comunal se alternaba con los pastos propios. En los últimos años, con la introducción de razas extranjeras, se ha generalizado el sistema de establos situados generalmente en las fincas de pastos, y la alimentación a base de piensos. Este sistema coexiste con el uso tradicional del pasto.